¿Qué es un
artista? Un hombre que todo lo sabe sin saberlo. ¿Y un filósofo? Un hombre que
no sabe nada pero que se da cuenta.
- Emil Cioran
No es poco
evidente ver que el mundo circundante del sujeto se abre como un abanico
estético. Casi la totalidad de sus tareas están orquestadas en un sinfín de
numerosas acciones motrices para alcanzar determinados fines estéticos:
escuelas abiertas, películas exitosas, series dramáticas, y espejos negros,
buenos libros y bajas calorías. Supongamos que hay una cierta facilidad en
marcar las tendencias imaginarias, una suerte de estadística económica, pero
algo más fina y determinante, algo así como una idea. Esta idea se corporeiza en
cada sujeto como su fin último, como su causa final, y, por lo tanto, como su
determinación práctica constructiva. Es común escuchar hablar de esto bajo la
desprestigiada palabra idealismo.
Esta palabra en
nuestro tiempo se ha constituido como una suerte de perogrullo, como algo que
está de más hablar; quizás incomoda. Pero lo cierto es que la representación
común de idealismo son los principios que un sujeto sostiene sobre sí mismo y
por sobre todas las cosas que lo rodean; es una suerte de promesa hacia la
muerte, un pacto con el fin, una tarea asumida. A esta concepción del ideal,
sumamente denostada, se le presenta toda la reacción de la moral. Esta reacción
moral marca, y dice: que cualquier imposición exterior es un acto de violencia
ante la integridad del sujeto pensante. Aquí podemos encontrar la mayor
idealización que se conozca sobre la atomización del individuo, solo relegado a
su propio pensamiento, una suerte de auto ostracismo de la comunidad habitada.
Sabemos que el
idealismo no es algo a alcanzar, un fin moral de un mundo en el más allá, un me
porto bien en la tierra y me gano el cielo; eso solo es un mérito imaginario.
El idealismo no pertenece al mundo de lo práctico, al mundo donde se manifiesta
la libertad. Si no, antes bien, es la conjunción, la unidad efectiva del mundo
teórico bajo el mundo práctico; el famoso tópico de hacer de uno algo más de lo
que han hecho de nosotros. Esta llamada a la madurez y la ilustración sucedió
en el siglo XVIII. Pero, hoy en día, su fracaso es harto patente.
Supongamos, que
la idea puede conformar la esencia del sujeto; y que, bajo el poder absoluto
del pensamiento, la negatividad de este mismo, su contradicción y su
afirmación, componen el ser constante en su propio despliegue en el tiempo.
Es necesario
comprender, que el fin de la acción, la que prescribe la moral como su más
propio juicio imperioso, y que cada sujete posee en su sí mismo de la razón, es
un juicio particular con deseos de universalidad, y no, un hecho efectivo de la
comunidad universal de la razón.
Parece escolar la
suposición de que muchos sujetos con el mismo fin producen una institución.
Pero el hecho empírico de tal posibilidad está a la vista: instituciones,
estados, empresas, corporaciones, grupos financieros, desde lo más natural y
material hasta lo más ideal y abstracto, el sujeto se compone de un habitar
abarrotado de construcciones y producciones; vive en ellas hasta que fenece.
En el derrame
neurótico de la población que se estima pensante, es decir, que se hace
preguntas sobre sí, la incompatibilidad entre su pensar y su efectivo habitar
están en conflicto, la contradicción es permanente entre la teoría y la
práctica. Esta enfermedad de la contradicción no tiene solo una lectura médica
y psiquiátrica, sino que asume una posición mediática y doctrinaria sobre el
conjunto del “sentido común”, que es una suerte de sentir en comunidad, una
identificación bajo la rúbrica del nosotros.
En efecto, este
sentido común es el habitar estético del sujeto, su mundo circúndate en
disputa. Es una suerte de construcción, una actividad que unifica los aspectos
consientes e inconscientes de cada uno de los sujetos que la conforman. Esta
unidad la podríamos asociar a la originaria poética del espíritu, a la esencia
de cada comunidad, donde esta construye y se produce a sí misma.
En este punto
podemos encontrar la superación de la contradicción entre teoría y práctica. La
misma se da en una construcción y producción, que deviene de la unificación del
aspecto consciente e inconsciente del sujeto, asumido por cada sujeto como el
producto de sí mismo, es decir, como la obra que retorna al autor y que lo pone
por delante en tanto obrado.
Este movimiento
es el arte. Es el despliegue de lo más propio y originario que cada sujeto
posee en tanto tal, y que conforma y produce la verdadera existencia de la
realización del mismo sujeto en tanto comunidad viva, productiva de su ser más
propio, su común habitar.
Esta superación de la contradicción nos entrega firme ante el problema de la libertad, que no se consuma en la razón práctica, sino, antes bien, se extiende al arte y su espectacular movimiento: el traer a sí mismo la libertad, con toda su contingencia, sobre la sensibilidad del cada quién en tanto participe por su voluntad de la originaria poesía del espíritu.